Durante los dos siglos que comprenden el periodo entre las diversas crisis del siglo III d.C. y el final del Imperio, en el territorio de la actual Asturias encontramos una zona marginal cuya evolución ha seguido distintos patrones a lo largo del periodo anterior.Los cambios que se producirán, a su vez, van a afectar de distinta manera a una parte y otra de la Asturia transmontana, y eso se debe esencialmente a la especialización económica que habían experimentado.
El siglo III, un periodo de cambios
El territorio occidental, desde aproximadamente el Nalón hasta el Navia, había visto una actividad minera intensiva que conlleva una mayor presencia tanto de tropas como de personal especializado que las acompañan. Esta presencia se concreta no sólo en la huella de las explotaciones mineras en el paisaje, sino en una serie de infraestructuras asociadas a la misma, como el trazado de algunas de las pocas vías de comunicación que llegan a nosotros en las fuentes, como la que llevaba de Lucus Asturum en el centro de Asturias hasta Lucus Augusti (Lugo), así como la de Legio a Flavionavia, en la desembocadura del Nalón, etc.
Desconocemos este tipo de explotaciones en el área oriental del territorio, donde a cambio encontramos una serie de villas romanas entre la parte central de Asturias y el Sella, que fueron fundadas en el Alto Imperio y que continúan su actividad e incluso la incrementan durante los siglos bajoimperiales.
A mayor escala, el elemento organizativo territorial más importante es que el Conventus asturum se encontraba englobado, en este periodo, dentro de la provincia de Gallaecia, que tras las reformas de Diocleciano incorpora los territorios galaicos y astures del noroeste a una sóla provincia que mantendrá su unidad hasta el final del Imperio. Las viejas capitales conventuales se convierten en las caput civitas de estos territorios aunque hay una capital que es Bracara. Además, la extensión de la provincia va a sufrir diversas transformaciones a lo largo de los siglos.
El siglo IV, recuperación
Aparece como un periodo de recuperación tras las transformaciones que marcan el paso del Alto al Bajo Imperio. Gallaecia se convierte en una provincia que abastece, sobre todo al limes oriental. En ella se percibe una red viaria que se mantiene por parte del Estado, aunque cada vez más debilitado, por lo que en las zonas más alejados de los núcleos urbanos, entre el que se encuentra Asturias, unas élites locales comienzan a adquirir una relevancia que no han tenido hasta ahora, y que podemos englobar dentro del proceso general de ruralización del Imperio. Es la “edad de oro” de las villas.
En el occidente de Asturias, el agotamiento de los recursos mineros y abandono posterior de las actividades extractivas por parte del Estado en torno al siglo IV, debió suponer una transformación paulatina, pero radical, no sólo de los medios de subsistencia sino del poblamiento e infraestructuras de la zona (Mier, 2006). El resultado será el mismo en toda la Asturia Transmontana, aunque en la parte oriental, y sobre todo central, el papel lo representan los propietarios de las florecientes explotaciones rurales que jalonan las grandes vías de comunicación y que son el motor económico del territorio.
En los asentamientos bajoimperiales del occidente de Asturias observamos un progresivo abandono de algunos castros, probablemente ligados a las tareas extractivas, por otros que están situados en mejores condiciones para una subsistencia basada en la agricultura y la ganadería. No hay constancia por el momento de villas romanas de envergadura en la zona, al menos en la más occidental, aunque las escasas fuentes nos hablan de un territorio en el que hay algunos puntos de poblamiento importante, al menos como para aparecer en los itinerarios antiguos, como Labernis, etc.
Al final del periodo vemos una cierta reocupación de algunos castros. La arqueología nos proporciona algunos restos de cerámica de tipo tardío como TSH que se consideran indicadores de un mantenimiento de población en algunos castros como Mohías, Coaña, Chao Samartín o San Chuis, del que desconocemos casi todo. Por ejemplo, no sabemos las transformaciones que han experimentado esos castros, aunque todo apunta a un mantenimiento y paulatino declive de estructuras defensivas y constructivas y a un poblamiento residual en ellos, probablemente puntual en caso de necesidad o revueltas sociales, en favor de otro tipo de asentamientos de los que no tenemos constancia arqueológica.
En el centro y oriente de Asturias la evolución es diferente. La gran llanura central de Asturias así como los territorios vinculados a los nudos de comunicaciones como Lucus Asturum, dan lugar a una economía de tipo agrario que facilita la implantación y desarrollo de villae. Es la parte del territorio que mayor densidad de este tipo de explotaciones nos muestra, aunque bien es cierto que seguramente el registro de villas debe ser mayor que lo que conocemos hasta el momento.
Estas villas se sitúan cerca, pero no inmediatas a las grandes vías de comunicación y durante el alto Imperio florecen con un Estado que compra la producción para abastecer a las tropas en el limes oriental. Con las transformaciones que desembocan en los últimos siglos del poder de Roma, las villas experimentan a su vez otros cambios, en los que podemos percibir el ascenso de unas élites que residen en ellas, y que articulan el poder del territorio desde estos enclaves rurales. Ante un estado débil sólo ellas son capaces de mantener la seguridad y las infraestructuras necesarias para su desarrollo.
Por otra parte, el registro arqueológico de las clases menos favorecidas es prácticamente inexistente. Se especula con el surgimiento de vicus, o pequeños enclaves rurales que aún no podemos llamar aldeas, además de la pervivencia de castros que aglutinan a la población menos favorecida. También otros hábitats dispersos, como granjas, etc… de difícil localización arqueológica por el momento. Incluso se habitan cuevas.
La economía es plenamente rural y ganadera, y en las zonas de montaña observamos una pervivencia del hábitat castreño que se adapta mejor a una economía ganadera de carácter estacional y trashumante hacia los pastos de montaña que tiene una larga pervivencia en el territorio.
Los últimos momentos del Imperio
En general, hacia el final del Imperio vemos como se reocupan, al menos parcialmente, algunos castros, y esto se ha visto tanto como un proceso de concentración de poder de las nuevas élites rurales como con una ocupación puntual en casos de inseguridad. Lo cierto es que un par de siglos más tarde veremos cómo se produce el mismo proceso abandonando las villas y ocupando lugares en altura que van a ser el germen de los primeros castillos asturianos.
Debemos pensar también en otros tipos de asentamientos más allá de la villa y del castro. Se trata de los vici, castella, etc… además de otro tipo de infraestructuras (Mier, 2009) como turris defensivas, o las mansio, mutatio, etc… que nos llegan a través de los itinerarios.
En definitiva se trata de un patrón de ocupación del territorio donde las vías de comunicación juegan un papel crucial y que está poco estudiado, y donde la explotación, eminentemente rural del territorio, condiciona también el modelo de hábitat del mismo.
En cuanto a la economía, el comercio se articula a través de algunos enclaves costeros, como Gijón en el que la supuesta ciudad o villa a mare, proporciona un registro arqueológico que la relaciona con un comercio mediterráneo de larga distancia. En otros puertos, como los del Esteiro en Tapia de Casariego, ya en territorio galaico, o en el Castillo de San Martín, en el Nalón, aparecen materiales que tienen un origen en Burdigala / Burdeos, más abundantes a medida que nos desplazamos al oriente cantábrico, lo que nos habla de un mantenimiento de las rutas comerciales de ese momento hasta el final del Imperio. Por otro lado hay mercancías mediterráneas que llegan por la vía marítima del atlántico, creada en época altoimperial y que parece seguir en funcionamiento hasta el siglo V d.C. por lo menos. Burdigala vuelve a ser, de nuevo, un paso clave en este periodo, desde donde parten las mercancías al conflictivo limes oriental.
Por tierra, Lucus, la propia Gijón que ya es un asentamiento amurallado desde el siglo III d.C, o castros como el Chao Samartín, mantienen un comercio que aprovecha las viejas vías terrestres que comunican el territorio con la Meseta en la zona central y oriental, y con el conventus lucensis en la zona occidental.
En cuanto a la sociedad, a diferencia de otros periodos, para este momento tenemos información sobre el mundo funerario. Comienzan a aparecer en el registro arqueológico inhumaciones, de tipo plenamente romano, como tumbas de tégula y auténticas necrópolis. Es el caso de la de Paredes, en Siero, o Argandenes, en Piloña. También conocemos el registro funerario en cuevas, que se prolongará hasta época visigoda, de la que tenemos mayor cantidad de registros.
En ellas vemos una sociedad jerarquizada, cuyos individuos relevantes, se entierran siguiendo un patrón plenamente romanizado, acorde con otras áreas del imperio. Precisamente el comercio mencionado antes es otro indicador de la existencia de estas élites. En las tumbas vemos algunos objetos de valor, como cerámicas de terra sigillata hispánica tardía, o algunas joyas como en Argandenes que nos hablan de una cierta distinción social. De nuevo nos falta la huella de los menos favorecidos, de los que no tenemos información funeraria y que probablemente mantienen el viejo rito de incineración y el hábitat en castros y otro tipo de asentamientos.
Por las crónicas, como la de Hidacio, sabemos que el sentir de la sociedad hispano-romana es de cierto abandono por parte del estado. El desmembramiento del poder estatal produce un fraccionamiento que favorecerá distinta respuesta en el periodo siguiente.