Os hablo de uno de los artículos1 más interesantes que leí en estos últimos tiempos respecto a los procesos de transmisión cultural entre pueblos foráneos e indígenas en la península ibérica. Concretamente analiza estos procesos en un sitio tan emblemático como el Cerro de San Vicente en Salamanca.
El cerro de San Vicente.
Constituye uno de los principales enclaves protohistóricos del occidente de la Meseta. Ocupado entre finales de la Edad del Bronce y el inicio de la Edad del Hierro (siglos IX-VI a. C.), este asentamiento fortificado se levanta sobre un promontorio estratégico, en la confluencia de los ríos Tormes y Zurguén, lo que facilitaba tanto el control del territorio como el acceso a recursos hídricos y vías de comunicación naturales.
Las excavaciones arqueológicas han documentado una importante fase de ocupación durante la I Edad del Hierro, caracterizada por estructuras domésticas de planta circular u oval, alineaciones murarias, silos excavados en la roca y un notable conjunto material que incluye cerámica a mano, instrumentos de sílex, útiles metálicos y restos de actividad metalúrgica, lo que indica un alto grado de autosuficiencia económica y especialización artesanal.
El yacimiento presenta signos de una planificación urbanística incipiente, con una ocupación densa y organizada del espacio, así como un sistema defensivo compuesto por murallas y terrazas artificiales. Todo ello sugiere la existencia de una comunidad jerarquizada, probablemente con capacidad para gestionar recursos y organizar el trabajo colectivo, en un contexto de creciente complejidad social. Este lugar es abandonado en la segunda Edad del Hierro en el proceso de formación de los oppida vettones.
Artesanos itinerantes y contactos comerciales
El artículo propone una nueva mirada sobre los profundos cambios culturales que tuvieron lugar en la península ibérica durante el siglo VII a. C., en el contexto de lo que se conoce como el “Período Orientalizante”. Tradicionalmente, este fenómeno ha sido interpretado como una simple difusión de influencias culturales desde el Mediterráneo oriental —especialmente del mundo fenicio— hacia las sociedades indígenas. Sin embargo, el estudio cuestiona esta visión pasiva y unidireccional, y plantea que lo que realmente ocurrió fue un proceso mucho más dinámico y complejo.
En el centro de esta transformación estuvieron los artesanos itinerantes (ya hablamos de esta figura aquí): personas especializadas que viajaban de un lugar a otro, llevando consigo conocimientos técnicos, estilos artísticos y formas de hacer que, al llegar a nuevas regiones, no se imponían sin más, sino que eran reinterpretadas y adaptadas por las comunidades locales. Lejos de ser simples transmisores de modelos extranjeros, estos artesanos fueron auténticos mediadores culturales, capaces de combinar lo foráneo con lo propio, generando así nuevas expresiones materiales e identidades locales.

Estos procesos se perciben en todo el occidente peninsular, por ejemplo en la orfebrería castreña, y en ellos participan otros fenómenos, como el de los intercambios comerciales o simbólicos entre élites. Durante la Edad del Hierro en el noroeste peninsular, se observa la aparición de elementos culturales foráneos, como nuevas formas cerámicas, técnicas metalúrgicas avanzadas, motivos decorativos no autóctonos o incluso cambios en las formas de hábitat y organización social.
Muchos de estos cambios han sido interpretados tradicionalmente como efectos secundarios del contacto con colonizadores o del comercio atlántico y mediterráneo. Pero al igual que en el caso del sur peninsular descrito en el artículo, podríamos pensar que los astures no fueron simples receptores pasivos de esas influencias, sino que adaptaron y resignificaron estos elementos de acuerdo con sus propias tradiciones e intereses.

La movilidad de estos especialistas, junto con la circulación de objetos y materias primas, se inscribe dentro de amplias redes de intercambio que unían el Mediterráneo oriental con el occidente ibérico. Estas redes no solo facilitaron la llegada de bienes de prestigio, sino que activaron procesos de aprendizaje, imitación creativa y transformación social.
El artículo defiende que estos intercambios dieron lugar a lo que se denomina “transculturación”: un proceso de interacción cultural recíproca en el que ninguna de las partes permanece intacta, sino que ambas se transforman. Las evidencias arqueológicas —particularmente las procedentes de contextos funerarios o rituales— revelan cómo los objetos de inspiración oriental fueron incorporados en prácticas locales, no como copias serviles, sino como creaciones híbridas cargadas de nuevos significados. Así, el proceso orientalizante no fue una simple “importación de civilización”, sino una serie de negociaciones culturales donde las comunidades ibéricas jugaron un papel activo.
En definitiva, un artículo que nos invita a repensar cómo entendemos el cambio cultural en la Antigüedad, dando protagonismo a las personas que se movían entre mundos —como los artesanos itinerantes— y reconociendo que el contacto entre culturas siempre implica adaptación, reinterpretación y, sobre todo, agencia local.
Bibliografía
- Blanco-González, A., Padilla-Fernández, J. J., & Dorado-Alejos, A. (2023). Mobile craftspeople and orientalising transculturation in seventh-century BC Iberia. Antiquity, 97(394), 908-926. ↩︎