Castropol y ría del Eo. 2019
Castropol y ría del Eo. 2019
Actualizado: 6 noviembre, 2023

Conocía la historia de esta mujer a través de lo que se contaba en casa. Después encontré la obra de Daniel Vargas Vidal, “Añoranzas y recuerdos de Tapia de Casariego”, publicada en 1967, y en él aparece un relato más detallado de la historia de Clara. De ahí a rebuscar documentos y fuentes por la red y periódicos de su tiempo, surgió este artículo, publicado originalmente en Céltica y que ahora traigo aquí.

Clara de Rueda vivió en Castropol (occidente de Asturias) a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Era bruja y no era la única de la zona, como os contaba en mi primer post sobre este tema, y como dice Vargas Vidal en su libro, ya que por aquel entonces, en Porcía, a pocos km había otra, pero que no gozaba de tanta fama como la mujer de la que os voy a hablar.

Tenía un mote que lo decía todo “a bruxa das Campas”, “a santa das Figueiras” o “tía Clara” y es una de las bruxas asturianas de las que más información tenemos ya que al menos tres escritores hablaron de ella. Aparte de Daniel Vargas, otro autor, José Fernández-Arias Campoamor, en su obra “Recelo” también habla de ella. Por su parte José Díaz Fernández publicó el 30 de abril de 1917, un artículo hablando de ella en el periódico Castropol donde se ríe abiertamente de ella.

Su trabajo, era bien sabido (apreciado por unos y cuestionado por otros) no sólo entre sus vecinos, sino entre mucha gente de toda Asturias y Galicia. De ella dicen que aunque era humilde procedía de buena familia, dotada de una gran inteligencia natural. Vivía sin lujos, en una casa en la que no había ni cocina, ni una cama en condiciones. Dice Díaz Fernández que “vive en una choza negra escondida entre romero; tan escondida que apenas se divisa desde el camino y para llegar a ella hay que internarse por un sendero que se retuerce en caprichosas curvas… La choza es oscura y angosta, sin más luz que la de la puerta y una pequeña ranura en la pared trasera; es como la vivienda de un ermitaño ancestral en la paz del monte… Entré. Al hallarme en el interior de la cabaña confieso que tuve un poco de miedo… El aposento no tiene nada de particular no siendo su negrura alarmante y unos arcones centenarios donde la sibila guarda cirios y santos mutilados”.

Artículo del periódico Castropol. 1917
Artículo del periódico Castropol. 1917

Arias Campoamor dice “Uno de los factores que ponían el sello inquietante y turbador en la vivienda de la adivinadora, era el ver las miserables paredes envueltas y escondidas entre ramajes de laurel y mirto… Estaba al final de un caminito bordeado de mirto que dividía el huerto, a ratos jardín, en donde en verdad, no se había hecho cultivo de ninguna flor exótica, ni de ningún árbol extraño, de cuya copa colgasen frutos de jugos misteriosos… La casa tenía dos cuartos, sin ventana alguna. El primero recibía la luz por la puerta y con la que le sobraba alumbrase incompletamente el cuarto interior. El primero venía a ser zaguán, cocina y locutorio. De las paredes ennegrecidas por el humo del hogar, pendían algunos cuadros piadosos y algunos retratos de familia. El cuarto interior estaba encerrado, tenebrosamente, en el misterio. Allí no entraron jamás los extraños. Decíase que en suelo había un subterráneo repleto de calaveras y signos de comunicación con ultratumba. Pero en él no penetró jamás la mirada del curioso. A través de la puerta, confusamente, se percibía un catre con las ropas desechas y sin aguzar el olfato, llegaba a las narices un desagradable olor de suciedad y moho..”.

También sabemos que Clara era soltera, y no se le conocía ninguna pareja . Dicen que iba siempre, incluso de joven, con un pañuelón oscuro, y una falda larga, nunca mostrándose atractiva para los hombres, y nunca acudiendo a ninguna reunión social a la que solían ir los jóvenes.

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Probablemente, lo que más hacía era adivinar (es decir, dar respuestas a las preguntas de los que se acercaban a su casa), en definitiva aconsejar, a quien le consultaba. Vargas Vidal hace un retrato muy acertado de cómo los vecinos aceptaban y requerían los servicios de la bruxa, pero por otro lado debían mantenerse perfectamente libres de sospecha de relacionarse con la “magia negra”. Se refiere a las “grandes precauciones que se tomaban para que el secreto de la consulta de la bruja no pasara a oidos de nadie… Consecuente con ello siempre pretextaba, fuera solo o con la mujer ‘que iba a Veiga pra mercar alí algún cochín’ salvo que al llegar a Berbesa, torcían ambos el camino… Con esto el gocho, o gochín, había, claro está, quefado por allá, pero venían para acá un buen puñado de consejos…”

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Nota manuscrita para el artículo sobre Clara de Rueda. Foto Xente das Campas

Los asuntos a tratar eran de tierras, amores, familias o ganado. Si moría un animal acudían a ella para saber el origen de su desgracia, incluso si moría el que pastaba cerca de la casa de la bruxa pensaban en cómo desagraviarla, porque estaba claro de dónde procedía el mal.

Hacia la casa se dirigirían la mujer y el marido, a instancias de ella casi siempre, y vestido él con lo mejor que guardaba en los arcones de la casa. En la cesta unos chorizos, un lacón, etc. para poner de su parte a los malos espíritus.

En torno a la casa ya esperaban varias personas, que caminaban por los alrededores, esperando su a que Clara les llamara para atender sus requerimientos. Ella decidía el quién entraba. Les hacía pasar al cuarto, cerrado y oscuro, y allí ejercía su magia, para los escépticos, su psicología. Cuando adivinaba no decía nada, simplemente paseaba taciturna mirando al infinito y luego respondía. Para otras cosas, despachaba enseguida con algunas “recetas”.

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Las “penas” que les imponía para librarse de su “maleficio” eran, según refiere Vargas, cosas simples, como correr alrededor de la casa (posiblemente para el caso concreto que cuenta, más que una penitencia fue una especie de chanza hacia su vecino, como castigo por ser tan avaro, y maltratador con personas y animales, asi como poco generoso con los demás). Precisamente, la bruxa encomendaba siempre buenas acciones como “penitencia”, es decir, corregir las malas acciones que deducía de lo que le contaban en su consulta.

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Testamento de Clara de Rueda. Foto Xente das Campas

En fin, poca información aporta más el relato, y lo poco que me acuerdo ya os lo he intercalado en el texto, pero sí que me gustaría resaltar, que estos personajes, las “santas del occidente de Asturias”, a mediados del siglo XX casi habían desaparecido por completo de los pueblos, pero su recuerdo perduraba aún entre los hijos de los que habían vivido entre ellas.

Sinceramente creo que cumplieron una buena labor entre las gentes del campo de su tiempo, muchas veces aportando un poco de sentido común, y posiblemente evitando conflictos mayores entre vecinos (no hace falta que os diga las suspicacias que se generan con la muerte de los animales o con la ruina de las cosechas, sobre todo cuando es el principal medio de sustento). La bruxa era un personaje que, viviendo al margen de la convención social, impuesta por la Iglesia, cumplía un papel de esperanza y de último recurso, que era valorado por encima de la consabida receta de oraciones que imponía el cura en confesión. La bruxa no juzgaba con dedo acusador, aunque luego tomara el pelo a su mal vecino, pero piensa que si no le impone una penitencia, sea cual sea, se iría de allí sin tener la sensación de haber resuelto su problema. Recetaba misas, hacía recetas y ungüentos, pero de ellos poco, o nada se sabe, ya que no ha sobrevivido ningún manuscrito que lo refiera.

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Clara se perdió en el recuerdo, pero comentaba el autor que aún se sonaba en su época una predicción que hizo del retorno de un hijo emigrado a América, que volvió sólo quince días después de que la bruxa le hubiera dicho a su padre que iba a suceder.

Un último apunte. Clara de Rueda murió en 1917, el mismo año que nació  Amparo, la bruxa de Brañavara.

BIBLIOGRAFÍA

Díaz Díaz, V.M. (2020). “Clara de Rueda, A bruxa d’As Campas”. En [http://castropolhistoriayarqueologia.blogspot.com/2020/03/clara-de-rueda-bruxa-das-campas.html] Consultado el 19/12/2020.

Mandiá, D. (2015) “La bruxa del Occidente”. El Entorno Metropolitano, nº6.

Vargas Vidal, D. (1967). Añoranzas y recuerdos de Tapia de Casariego. (De la vida en un pueblo astur-galaico a principios de siglo). G. Summa, Oviedo.