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Actualizado: 21 noviembre, 2022

Tercera parte de Cazadores de cabezas y duelos a muerte: la ideología guerrera de los antiguos celtas

Porteros de piedra y cazadores de cabezas
Buitres, valkirias y zanjas
Santuarios sanguinolientos y sacrificios de caballos
Duelos
Bandidos y juramentos
Conclusión
Bibliografía

Al norte de Francia, en la Picardía, los cultos guerreros eran más espectaculares aún. Son varios los santuarios que se agolpan en una región relativamente pequeña: Saint-Maur, Morvillers-Saint-Saturnin, Estrées-Saint-Dennis y el más reciente de todos, Thézy-Glimont, descubierto en una excavación de urgencia en 2012 en Amiens. Los dos más llamativos, sin embargo, son Gournay-sur-Aronde y, sobre todo, Ribemont – Sur – Ancre.

El santuario de Gournay estuvo activo durante los siglos III y II a.C. El espacio sagrado medía unos 40 x 40 m, delimitados por una zanja de unos 2,5 m de ancho y 2 de profundidad, protegida a su vez por una empalizada de madera, de planta cuadrada, con un pórtico monumental donde se fijaban trofeos de guerra y varios cráneos humanos, conforme la costumbre que ya conocemos. En el interior del recinto se hallaron pozos y zanjas, rellenos con los restos de los sacrificios. Junto a numerosos huesos de animales aparecieron esqueletos humanos y gran cantidad de armas, las cuales se dejaban a la intemperie hasta que se oxidaban, momento en el que eran enterradas. Los arqueólogos hallaron los restos de al menos 250 guerreros: esqueleto, espada, vaina y escudo. El armamento es de varios tipos distintos y prueba que se trata de enemigos derrotados en diversas épocas y de diversas tribus, de lo cual se deduce que las ofrendas se realizaron en muchas ocasiones diferentes, cada vez que un guerrero tenía alguna victoria que agradecer: es una forma de culto que encaja perfectamente con Silio Itálico, antes citado, cuando nos decía que los galos llevaban la cabeza del jefe enemigo al templo, para que los sacerdotes hiciesen libaciones.

El sacrificio de animales en Gournay se dividía en dos categorías distintas: cerdos y ovejas eran consumidos en banquetes para los celebrantes humanos y se mantenían fuera del recinto sagrado, mientras vacas y caballos eran ofrecidos al dios dentro de su templo. Los caballos se enterraban, sin descuartizar, en la zanja alrededor del recinto sagrado junto con ofrendas de armas. Las vacas se abandonaban en el centro para pudrirse o servir de pasto a las aves y sólo cuando habían quedado reducidas a los huesos se arrojaban a las zanjas (12) . La visión y el olor en todo este lugar debían de ser pavorosos.

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En Ribemont se viene excavando desde 1982 un gran santuario lleno de trofeos sangrientos, fechado en el siglo III AC. En sus dos recintos, uno cuadrado y otro circular, se han hallado grandes cantidades de armas, escudos, lanzas, espadas y vainas, así como los huesos de unos mil (1000) hombres, entre los quince y los cuarenta años. En el recinto cuadrado se alzaba una estructura de madera sobre la que se exhibían al aire libre, sujetos para mantenerlos erguidos, los cadáveres decapitados de ciento cincuenta guerreros, armados con sus escudos y espadas. Es un ejemplo magnífico del ritual descarnatorio, vinculado a la guerra y similar, por tanto, al de los celtíberos. Las armas se abandonan a la corrosión, la carne a la putrefacción: es sin duda la misma idea que animaba el santuario de Gournay y el mismo motivo, también, por el que los celtíberos dejaban insepultos los cuerpos de sus héroes, como ofrenda a una deidad guerrera que habita en lo alto.
Se cree que los cuerpos de Ribemont son los despojos de una única batalla librada en las cercanías, y toda la escena confirma los tópicos de la literatura romana: cazadores de cabezas y cadáveres de guerreros ofrecidos a las aves de rapiña.

Más allá del norte de Francia existen otros lugares tan terribles como éstos: Mormont y La Tène, en Suiza, son dos santuarios ricos en horrores. La Tène, junto al lago Neuchatel, era parecido a los santuarios picardos, con una pasarela que se adentraba en las aguas sobre la que se exhibían armas capturadas, cráneos de caballos y cabezas humanas, a menudo con heridas y señales de haber sido decapitadas. En Mormont, no muy lejos de Neuchatel, las ofrendas se hicieron a alguna deidad subterránea y las víctimas aparecieron enterradas en pozos (animales, hombres adultos y algunos niños pequeños). En este caso no se halló una sola arma en todo el lugar, sino herramientas de artesano, lo cual prueba que no se trataba de un santuario guerrero. Algunos de los cuerpos habían sido descarnados antes de ser enterrados.

Otra carnicería convertida en santuario ha aparecido recientemente (2012) en los humedales de Alken Enge, cerca de Skandenborg, al este de Jutlandia. Allí, hacia el cambio de era, tuvo lugar una terrible lucha, tal vez provocada por la presión del Imperio Romano en expansión. Los vencedores dejaron los cadáveres a la intemperie, a merced de los carroñeros (los dientes de las bestias han dejado huellas en varios de los esqueletos), durante unos seis meses, y al cabo de este tiempo practicaron con ellos diversos rituales: se limpió la carne que todavía quedaba, se mezclaron los huesos más grandes (húmeros, pelvis, cráneos) y se arrojaron al lago Mossø junto con restos de animales sacrificados y ofrendas de comida en recipientes de cerámica. Entre otras profanaciones se halló incluso una estaca en la que se habían ensartado cuatro pelvis humanas. Se sabe que hay cientos de víctimas, podrían llegar al millar (13).

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Un detalle curioso es la importancia del caballo en varios de estos lugares: en Gournay, como ya hemos visto, los caballos se reservaban para el interior del recinto más sagrado, junto a las armas capturadas, y se dejaban intactos para que los consumiese la deidad del santuario. En tres extremos del recinto cuadrado de Ribemont (nordeste, noroeste y suroeste) se hallaron otros tantos pozos llenos de huesos humanos y de caballo, ofrendas al dios / diosa de la guerra. La misma combinación apareció en el special deposit del castro de Meirás, Galicia, donde se hallaron huesos humanos y un diente de caballo.

Los sacrificios de caballos eran muy poco frecuentes en el Mediterráneo (14) pero típicos, como estamos viendo, del culto al dios o diosa de la guerra, tanto en la Galia como en la Hispania indoeuropea. Por ejemplo cuando Estrabón quiso resaltar el salvajismo de los cántabros mencionó, entre otras cosas, su costumbre de sacrificar caballos, prisioneros y machos cabríos al dios de la guerra, que identificó con el griego Ares. Horacio y Silio Itálico van todavía más lejos y afirman que los concanos, tribu cántabra, bebían la sangre de estos caballos. Es Tito Livio, sin embargo, el que nos transmite un ejemplo más concreto de esta costumbre. El fragmento se refiere al pretor Servio Sulpicio Galba, que luchó contra los lusitanos hacia el 150 a.C:

[Galba] confiesa haber masacrado a los lusitanos que tenían su campamento cerca de él porque estaba seguro, según sus informes, que habiendo inmolado de acuerdo con su rito un caballo y un hombre, tenían intención de atacar su ejército bajo la apariencia de paz.
(Tito Livio, Periochae 493)(15)

Silvia Alfayé cita hasta cuatro representaciones en el arte celtibérico donde aparece un caballo camino del altar para ser sacrificado, en un contexto guerrero (16). Por una vez las fuentes no son escasas ni ambiguas, por una vez los indígenas nos dejan imágenes claras y que confirman los textos. Por una vez no andamos a tientas: estamos bastante seguros de que los pueblos indoeuropeos de la Península Ibérica practicaban este tipo de ceremonias ya en época prerromana.

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En el caso de los sacrificios de caballos, contamos con información literaria, iconográfica y arqueológica suficiente como para plantear su posible vinculación con rituales guerreros comunitarios de preparación religiosa para el combate o de celebración de la victoria
(Alfayé, S. 2012: 319)

Cantabria, Lusitania y la Celtiberia están lejos de la Picardía y de las ciénagas danesas, pero la reaparición una y otra vez de elementos comunes (caza de cabezas, exposición de cadáveres, sacrificios de caballos y enemigos al “Ares” bárbaro) muestra que seguramente había varias creencias comunes sobre el dios de la guerra y el Paraíso de los guerreros, difundidas por amplias zonas de Europa Occidental y ajenas a la cultura grecorromana, que se manifestaban de formas distintas en cada región (ni en la Celtiberia ni en Cantabria hemos hallado todavía nada parecido a Ribemont, por ejemplo) y que nos ha dejado, tras dos mil años, un débil rastro arqueológico de lo que debió de ser una ideología muy extendida.

Cristobo de Milio Carrín, miembro de Fundación Belenos

Notas al pie

(12) Green 1998: 109 (Biblio)
(13)http://cas.au.dk/en/currently/singlenews/artikel/translate-to-english-in-alken-enge/http://sciencenordic.com/entire-army-sacrificed-bog
(14) La excepción sería el October Equus, un ritual romano dedicado a Marte que combina guerra y cultos agrícolas.
(15) Citado en Brañas Abad 2007: 391 (Biblio)
(16)Relieve de Luzaga donde un caballo se dirige a un altar de sacrificios; sítula numantina con varios caballos conducidos por guerreros al altar donde los sacrificantes ya están inmolando otro animal; escena en fragmento cerámico del cerro de Garay; caballo guiado por un individuo masculino en uno de los dos “vasos de doma” numantinos (Alfayé 2010: 226)

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