Hoy os hablo de una de esas piezas singulares que acarrean una historia secular y de suma importancia para nuestro pasado y cultura, pero que pasan casi siempre sin pena ni gloria fuera del ámbito académico.
Un sarcófago cristiano procedente de Roma
Posiblemente estamos ante una de las piezas más importantes a la hora de entender el origen del cristianismo en el noroeste peninsular. Se lo conoce como el sarcófago de San Justo de la Vega, lugar donde fue encontrado, y es una pieza de mármol blanco que mide aproximadamente 2,44 metros de largo, unos 0,73 metros de alto, y unos 0,83 metros de ancho.
Fue fabricado en Roma entre el 305 y el 312 d.C. y desde allí importado a la capital del conventus asturum, Asturica Augusta. Esto quiere decir que, en ese periodo había una comunidad cristiana en la zona con el suficiente poder económico como para poder adquirir algo así.
Es arte paleocristiano porque su iconografía está representada en un friso continuo en relieve que narra seis escenas de fuerte contenido religioso. De izquierda a derecha, se representan la resurrección de Lázaro, el arresto de San Pedro, el milagro de la fuente (atribuido tradicionalmente a Pedro aunque algunos investigadores lo identifican con Moisés haciendo brotar agua de la roca), la escena de Adán y Eva junto al árbol del bien y del mal, la multiplicación de los panes y los peces y, por último, el sacrificio de Abraham. El programa iconográfico, combina, por tanto, episodios del Antiguo y del Nuevo Testamento, muy típico del arte paleocristiano.

Un traslado polémico
Durante siglos el sarcófago permaneció en la catedral de Astorga, pero en 1869 fue incautado por el Estado y trasladado al Museo Arqueológico Nacional de Madrid, donde se conserva el original. Desde entonces en la catedral puede contemplarse una réplica. Este traslado ha sido objeto de polémica, ya que en Astorga se considera que fue un expolio llevado a cabo sin el consentimiento del cabildo catedralicio y en ausencia del obispo.
La conexión con la monarquía astur
Además de su valor artístico e histórico, la pieza ha estado rodeada de tradición y leyenda. Una de ellas sostiene que sirvió como sepulcro del rey Alfonso III el Magno tras su muerte en el año 910, aunque no existen pruebas que lo confirmen. Lo cierto es que se trata de un testimonio único de la difusión del cristianismo en Hispania en tiempos del Imperio romano y una obra que enlaza el periodo imperial con la monarquía de los astures.