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Actualizado: 21 noviembre, 2022

Segunda parte de Cazadores de cabezas y duelos a muerte: la ideología guerrera de los antiguos celtas

Porteros de piedra y cazadores de cabezas
Buitres, valkirias y zanjas
Santuarios sanguinolientos y sacrificios de caballos
Duelos
Bandidos y juramentos
Conclusión
Bibliografía

Buitres, valkirias y zanjas

¿Qué es una sociedad “orientada a la guerra”? ¿Qué es una “cultura guerrera”? Los estadounidenses de este siglo XXI, que lanzan aviones de combate no tripulados contra medio mundo ¿Son menos guerreros que cualquier banda de escitas, de los que merodeaban por las estepas? ¿Hay alguna diferencia entre las epopeyas primitivas y las películas de superhéroes, esos semidioses que libran batallas cósmicas contra ejércitos demoniacos para salvar el mundo?

Tal vez no. Pero en este libro, cuando hablo de “cultura guerrera” me refiero más bien a pueblos no integrados en un estado y que carecen de ejércitos permanentes. En estos pueblos la guerra se encomienda a una élite armada, una aristocracia que sigue cierto código en todo lo referido a la lucha. Para los miembros de esta élite no hay nada tan importante como acrecentar la fama acumulando victorias. La fama de invencible desalienta al enemigo y atrae seguidores, y cuando no tienes una burocracia que organice el reclutamiento, ni leyes para castigar a los desertores, ésa es casi la única fuente de tu poder. De ahí el código: hace falta medir cuidadosamente la fama, contar las hazañas, calcular con precisión quién es el mejor en la matanza. Al principio, los griegos y los pueblos de Italia compartían esta mentalidad: al transcurrir de los siglos, en cambio, convirtieron la guerra en algo eficiente y civilizado, un arte que debía ser estudiado y planificado cuidadosamente por expertos. Desapareció el guerrero atrevido, reemplazado por el soldado disciplinado, desaparecieron (o se encauzaron) los vínculos personales entre el caudillo y sus seguidores, sustituidos por rangos militares. Las fanfarronadas de la epopeya oral fueron reemplazadas por las sutiles falsificaciones de los historiadores, buscando siempre la forma más elegante y desapasionada de justificar la violencia del estado. Sólo los bárbaros, esos ignorantes pendencieros, siguieron confiando la victoria a la fuerza física y el valor personal, en lugar de la logística y la disciplina. Eso, al menos, es lo que nos cuentan Julio César, Tito Livio y los demás autores / propagandistas, empeñados en demostrar la absoluta superioridad de la civilización mediterránea frente a la barbarie norteña.

Los historiadores de nuestros días nos dicen que no podemos fiarnos de estas fuentes, revisan los prejuicios de autores como Estrabón o el propio Diodoro Sículo y cuestionan la validez de sus informantes o su afán por justificar las conquistas de Roma, ensalzando una supuesta labor “civilizadora” frente a un continente sumido en el salvajismo. Estas objeciones son válidas: el historiador moderno no puede dejarse arrastrar por unos textos que destacan, justamente, lo más grotesco o llamativo de cada pueblo. Si nos fiásemos de los autores grecorromanos, se diría que galos y celtíberos no tenían otro pensamiento en la cabeza que hacer la guerra y cometer atrocidades.

Es evidente que para comprender aquellas sociedades tan importante es la guerra y la cultura heroica como la explotación de la tierra o el papel de la mujer, o más. Es evidente que los pueblos y las culturas cambiaron sin cesar y que el nivel de violencia no fue el mismo en todas las épocas ni en todas las regiones. Lo es también que no hay una barrera insalvable entre “bárbaros” y “civilizados”, que también los romanos decapitaban a sus enemigos (4) y que los cráneos de Le Cailar no son más horribles que los cementerios de gladiadores, como el de Éfeso y el de York (ochenta cadáveres se hallaron en este, entre ellos uno medio devorado por un gran carnívoro), a donde iban a parar los perdedores de la arena, decapitados o con el cráneo aplastado de un martillazo. Griegos y romanos se escandalizan una y otra vez de los sacrificios humanos que, según nos cuentan, realizaban los pueblos del lejano Occidente, pero parecen olvidar que los juegos circenses, en origen, fueron también celebraciones religiosas, típicas de los pueblos itálicos, en las que rutinariamente morían seres humanos ante el aplauso de la muchedumbre.

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Además, estos autores describen la época de máxima fricción entre la potencia conquistadora y los indígenas sometidos. Es una situación excepcional que provocó, sin duda, movimientos de pueblos, luchas e inestabilidad durante generaciones. Se puede comparar con la insoportable tensión psicológica que sufrieron los indios de las praderas durante la expansión de los Estados Unidos, enfrentados a un poder de superioridad abrumadora que, lo sabían perfectamente, iba a destruir su mundo por completo (5). Cuando los romanos nos cuentan los increíbles actos de valor de celtíberos, cántabros y astures, tal vez estén describiendo simplemente una reacción desesperada ante una situación sin precedentes.

Sin embargo, a pesar de todo lo anterior, es cierto que la guerra era endémica en la Europa de la Edad del Hierro y que la cultura de estos pueblos daba una inmensa importancia a la figura del guerrero. El mismísimo Aristóteles nos transmite la siguiente noticia, anotada a finales del siglo IV antes de Cristo y por tanto, muy anterior a la conquista romana:

Los iberos, raza belicosa, plantan sobre la tumba del guerrero tantas estacas de hierro como enemigos ha inmolado.
(Política, libro cuarto, capítulo II2)(6)

La arqueología confirma este curioso dato: no sólo existen algunas lápidas en las que se representan tantas lanzas (o escudos, en algunos ejemplos burgaleses) como enemigos abatidos, sino que los celtíberos solían hincar lanzas en algunas tumbas de guerreros, de las cuales han llegado hasta nosotros los regatones (7).

En un continente políticamente atomizado, donde la supervivencia de cada grupo depende de la fuerza de sus jóvenes, es inevitable que la escala de valores, la literatura oral y los mitos glorifiquen al héroe, al asesino implacable. Por eso cuando cayó el imperio romano y Europa volvió a una inestabilidad política crónica, regresaron también los cantos épicos, teñidos esta vez de cristianismo. Bien están la prudencia y la crítica de las fuentes, pero es un hecho que la guerra jugaba un papel importantísimo en la cultura de la Europa prerromana. Es cierto que los romanos se recrean en anécdotas sangrientas, pero también el arte de los indígenas vuelve una y otra vez a las armas y a los hombres que las empuñan.

En este capítulo veremos unos cuantos ejemplos en los que la arqueología confirma las fuentes escritas, reflejando una sociedad inestable, en la que son frecuentes los conflictos armados y en la que el aristócrata guerrero, el héroe, acapara un status elevado, tanto en la Galia como en los territorios de lengua germana y la Península Ibérica.

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Es muy poco lo que sabemos todavía sobre el papel de la mujer o la explotación de la tierra en la Edad del Hierro. Sí tenemos, en cambio, bastante información sobre la mentalidad y las instituciones marciales. La caza de cabezas, de la que hablé hace un momento, debía de ser una forma de medir el éxito en la lucha, de animar la competencia constante por la fama. Otro acicate para el valor de los jóvenes era prometerles un premio en la Otra Vida:

Los barceos (un pueblo occidental) vilipendian los cadáveres de quienes han muerto por enfermedad y los exponen al fuego porque, en su opinión, han tenido una muerte de cobarde molicie. Sin embargo, a quienes dan su vida en la guerra los tienen por gallardos, nobles, de natural valeroso, y los arrojan a los buitres en la creencia de que éstos son animales sagrados
(Claudio Eliano, “Sobre la Naturaleza de los Animales”, X, 22)(8)

Llegaron también los celtas, asociados en nombre a los íberos / Prez supone para ellos el haber caído en la lucha, pero quemar un cuerpo así / no es lícito. Al cielo y a los dioses creen ser conducidos / si un buitre hambriento desgarra sus miembros yacentes.
(Silio Itálico, “Punicas”, 3, 340-343, versión de Ángel Escobar)

El sepulcro será hircano si el cadáver es devorado por un perro, celtíbero si lo es por un buitre
(Juan Estobeo citado en Sopeña Genzor, G. 2010: 249)

Silio Itálico (siglo I después de Cristo) y Juan Estobeo (siglo V, bebiendo de fuentes mucho más antiguas) hablan de los celtíberos; Claudio Eliano (siglos II-III) de unos misteriosos “barceos” que durante mucho tiempo se creyó eran los vacceos (su territorio coincidía aproximadamente con las actuales provincias españolas de Zamora y Valladolid) y que ahora se piensa podrían ser los arévacos, grupo asentado en la actual Soria.

En cambio Pausanias (siglo II d.C) se ocupa de los galos que atacaron el santuario de Apolo en Delfos, el año 279 antes de nuestra era:

Después de esta batalla en las Termópilas, los griegos enterraron a sus muertos y despojaron a los bárbaros, pero los galos no enviaron un heraldo a pedir permiso para llevarse los cuerpos, y les era indiferente si los recibía la tierra o si eran devorados por las fieras y las aves carroñeras.
(Pausanias, “Descripción de Grecia”, 10.21.6)

Pausanias no conoce la razón por la que los galos abandonaron los cadáveres de sus guerreros a los carroñeros, pero es posible que compartiesen la misma creencia de los celtíberos, así como el ritual descarnatorio. De hecho, parece que este paraíso de los héroes estaba difundido por buena parte de Europa Occidental. Los antiguos escandinavos, por ejemplo, creían en el Valhalla, el banquete que preside Odín donde los más valientes de entre los caídos en batalla gozan hasta que termine esta edad del mundo (9). A los muertos comunes, mientras tanto, les aguarda el sombrío Hel. En los textos germánicos no son los buitres los que transportan a los elegidos, entre otras cosas porque no los hay tan al norte, pero sí que hay un viaje hacia lo alto. Son las valkirias las que escogen a los mejores y los llevan hasta Odín, volando por el aire. Los cuervos, devoradores de cadáveres, se relacionaban con estas mensajeras del Valhalla.

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Así, los poetas escáldicos, los anónimos autores del Edda Poético y el islandés Snorri Sturluson, que anotó el Edda en Prosa, nos muestran que la misma creencia que los romanos se encontraron en la Celtiberia alcanzaba Noruega e Islandia, en los confines de Europa. En su momento veremos cómo también la literatura irlandesa contiene mitos sobre la batalla, mensajeras divinas y aves carroñeras.

No son sólo palabras. Existen pruebas arqueológicas de una “religión de la guerra” en el Occidente prerromano. La exposición de cadáveres, de la que acabamos de hablar, aparece representada en una moneda de oro procedente de Mainz (10), en la que se observa una gran ave posada sobre lo que parece un guerrero con lanza, muerto. El pájaro ya se inclina para arrancar un trozo de carne. Escenas parecidas se hallan en la cerámica numantina y en varias estelas, como la de El Palao, en Alcañiz (Teruel).

En un ejemplar, por ejemplo, exhibido en el Museo Numantino de Soria, se aprecia un guerrero tendido en el suelo, la espada tirada al lado del cadáver, y dos aves posadas sobre el cuerpo: un buitre y otro pájaro más pequeño, quizás un cuervo, inclinado para comer. En otro fragmento muy semejante, conservado en el mismo museo, se representa otro cadáver que aferra todavía la espada y de cuya cabeza ya come un cuervo. Un gran ave sobrevuela la escena, bien a punto de posarse para el banquete o bien remontando ya. En algunas urnas funerarias halladas en Tiermes y Numancia, las llamadas “urnas pájaro”, se trata de representar no tanto el ritual como la creencia; no un pájaro devorando carroña sino el alma del héroe elevándose a los dioses. Se ve en ellas un ave que arrastra mientras vuela una especie de urna, un cuadrado que encierra una cabeza humana (11).

Cristobo de Milio Carrín, miembro de Fundación Belenos

Notas al pie

(4) En la Columna de Trajano, los legionarios aparecen a menudo aferrando por la melena la cabeza de un enemigo tracio con los dientes, justo después de la decapitación.
(5) Cuando todo acabó, a finales de la década de 1880, los indios se entregaron a una religión mesiánica predicada por un Paiute llamado Wovoka, la “Ghost Dance”, y renunciaron a cualquier tipo de resistencia para buscar una salvación sobrenatural a través del éxtasis inducido mediante la danza.
(6)Traducción de Patricio Azcárate, disponible online en http://www.filosofia.org/cla/ari/azc03128.htm#kp093
(7) Quesada Sanz, F. 1994 (biblio).
(8) Traducción de Gabriel Sopeña Genzor y Vicente Ramón Palerm (Biblio)
(9) Cuando concluya esta edad y llegue el Ragnarök estos héroes, los Einherjar, saldrán del Valhalla acaudillados por Odín para luchar contra los monstruos que pretenden aniquilar el mundo.
(10) Sopeña Genzor 2010 (biblio).
(11) Sopeña Genzor 2004 (biblio) recoge varias representaciones de la exposición de cadáveres en el arte, procedentes del este de la Meseta: cerámicas numantinas, estela de Alcañiz (Teruel), estela de Lara de los infantes, urnas funerarias con pájaros que transportan cabezas humanas procedentes de Tiermes y Numancia, etc…

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