Uno de los procesos más interesantes y hasta cierto punto trágicos que podemos observar en la Asturias de finales del siglo XIX y comienzos del XX es el proceso de disolución de la sociedad rural tradicional. Los cambios socioeconómicos que se producen en la región entre la década de 1850 y 1900 no sólo suponen una transformación del mundo del trabajo y la consolidación del sistema patronal y obrero, sino que culturalmente, suponen el fin de una serie de tradiciones y cultura popular que desaparece con la transformación del mundo rural.
En ese periodo, surgen una serie de investigadores y folcloristas que van a intentar preservar todo lo que puedan de esa cultura en extinción. Para nosotros es una fuente de información fundamental ya que nos permite asomarnos a la Asturias preindustrial y a la concepción de un mundo antiguo
La crisis de la cultura popular tradicional en Asturias
La transformación de la sociedad asturiana durante finales del siglo XIX y principios del XX trajo consigo una profunda crisis en la cultura popular tradicional. La modernización y urbanización del territorio supusieron un cambio drástico en los valores y costumbres arraigadas en el mundo rural, provocando la desaparición de formas de vida que habían perdurado durante siglos.
Los folcloristas, cronistas y escritores de la época documentaron la pérdida de tradiciones populares como los carnavales, que comenzaron a transformarse en celebraciones más reguladas y menos espontáneas. Lo que antes era una festividad marcada por la transgresión, como preludio de la Cuaresma, fue objeto de críticas y adaptaciones a normas morales más estrictas. La prensa de la época denunció excesos en estas celebraciones, impulsando su conversión en eventos más «civilizados».
Otras costumbres rurales, como las esfoyazas, las serenatas o las pandorgadas, también entraron en decadencia. Estas últimas, utilizadas como una forma de castigo social a viudos que se casaban con mujeres jóvenes, fueron desapareciendo con el paso del tiempo. Incluso las romerías, antaño un punto de encuentro para las clases populares, se vieron afectadas por la expansión urbana y la llegada del turismo, que las resignificó como eventos de atracción para visitantes más que como celebraciones comunitarias. Lo que antes era una muestra de identidad local, ahora se convertía en un espectáculo planificado y comercializado. Juegos tradicionales como los bolos o el juego de la rana comenzaron a ser desplazados por influencias externas. A pesar de que muchas de estas prácticas tenían un fuerte arraigo en la sociedad rural asturiana, fueron perdiendo popularidad frente a nuevas formas de entretenimiento. La globalización de modelos ajenos a la identidad asturiana contribuyó a la desaparición progresiva de estas manifestaciones culturales.
La expansión de las ciudades y el declive del mundo rural transformaron radicalmente los espacios de encuentro tradicionales. Elementos clave de la vida cotidiana, como los lavaderos públicos, los mercados y los chigres, empezaron a desaparecer o a perder su papel central en la sociabilidad asturiana. En el pasado, estos espacios no solo servían para intercambiar bienes o socializar, sino que eran fundamentales para la transmisión de la cultura y las tradiciones locales.
Las sidrerías, aunque todavía presentes, han sufrido una transformación que las aleja de su función tradicional. El ambiente íntimo y comunitario que caracterizaba a estos establecimientos ha dado paso a una visión más turística y comercializada, perdiéndose gran parte de su esencia original.
La lucha entre tradición y modernidad. Una cuestión ideológica
El conflicto entre tradición y modernidad ha sido uno de los grandes temas de la historia cultural asturiana. Mientras los sectores conservadores, especialmente ligados al catolicismo, veían la transformación como una pérdida de valores y jerarquías sociales, los progresistas celebraban la modernización y el avance de nuevas formas de convivencia. Sin embargo, más allá del debate ideológico, lo cierto es que muchas expresiones de la identidad asturiana han sido erosionadas o incluso eliminadas con el paso del tiempo.
La literatura de la época refleja este conflicto: novelas como La Aldea Perdida de Palacio Valdés idealizan el mundo rural en contraposición con la creciente industrialización y urbanización. En este choque de mundos, la minería representa el avance del progreso, pero también la irrupción de nuevas dinámicas que desdibujan la imagen idílica del pasado.
La reacción regionalista
El último rasgo de los cambios culturales tiene que ver con el desarrollo de la cultura regional o de inspiración regionalista. En este período aparece una literatura regional vinculada a proyectos políticos regionalistas, aunque en Asturias no alcanzó la magnitud de movimientos similares en Galicia o Cataluña.
Hay una conexión entre el surgimiento de la literatura en lengua autóctona y la recuperación de expresiones culturales tradicionales. A finales del siglo XIX, proliferan iniciativas como la creación de grupos de folkloristas y escritores en lengua asturiana, con sociedades como La Quintana, donde colaboraban figuras como Acevedo y Canella, centradas en la mitología, costumbres y folklore asturianos. La Quintana tenía una página en el diario El Carbayón y se funda también la Sociedad Demológica Asturiana. Canella incluso propone la creación de una academia asturiana siguiendo la idea de Jovellanos. Se publican estudios sobre la literatura asturiana y se recuperan textos previamente menospreciados.
En esta misma época, la poesía y el teatro en lengua asturiana emergen con autores como Torniellu, Quevedo y Fabricio, aunque su alcance no supera el costumbrismo y tipismo tradicional. Los monólogos y obras teatrales en bable tienen gran éxito, especialmente entre las sociedades asturianas en América, al reflejar un mundo que se está perdiendo. Sin embargo, esta literatura no plantea conflictos sociales ni un desafío alternativo al uso del castellano, como sí ocurre con el catalán en su contexto sociocultural.
Las lenguas, más que fenómenos biológicos, son construcciones históricas relacionadas con la comunicación y la identidad. En lugares donde no hay voluntad política para su recuperación, terminan perdiendo presencia. Ejemplos de recuperación lingüística exitosa incluyen el euskera, que en el siglo XIX era altamente fragmentado, y el hebreo, cuya modernización y normalización en Palestina fue impulsada mediante un esfuerzo político y educativo consciente.
A finales del siglo XIX se publican revistas en asturiano y estudios como «La Asturias» de Bellmunt y Canella, una recopilación descriptiva de la realidad asturiana por concejos. Estos esfuerzos folkloristas marcan un primer momento de impulso cultural.
El segundo momento significativo ocurre tras la Primera Guerra Mundial y se extiende en parte durante la dictadura de Primo de Rivera, cuando el regionalismo político cobra fuerza. En Asturias, se crea la Junta Regionalista impulsada por Vázquez de Mella y el Vizconde de Campo Grande, con un modelo político tradicionalista que defiende la recuperación de la lengua asturiana y una visión histórica tradicionalista. Por otro lado, la Liga pro Asturias adopta una postura más economicista y rechaza la recuperación lingüística.
Durante las décadas de 1920 y 1930, surgen numerosas instituciones dedicadas a la identidad asturiana, como la Real Academia Asturiana de Bellas Artes y el Centro de Estudios Asturianos. Incluso los ateneos obreros incluyen secciones asturianistas. En estos años se publican las principales obras sobre folklore asturiano, como los estudios de Constantino Cabal y Aurelio de Llano, dedicados a la mitología y la tradición oral. Sin embargo, la recopilación de textos y canciones populares a menudo elimina elementos subversivos o anticlericales, reflejando una idealización del pasado en lugar de una visión crítica.
Este proceso en Asturias contrasta con el de otras regiones como Cataluña, Galicia o el País Vasco, donde el regionalismo se vincula a movimientos políticos con mayor impacto. En Asturias, la falta de un proyecto político sólido impide que la recuperación cultural y lingüística se transforme en un factor clave de identidad colectiva, lo que contribuye a la progresiva pérdida de sus tradiciones culturales.
Asturias entre el nacionalismo cultural y el regionalismo político
A finales del siglo XIX se constituyen en España una serie de “nacionalidades” periféricas cuyas características comunes son la existencia de una lengua propia distinta del castellano, un protagonismo industrial y la búsqueda de un hecho diferencial o un agravio histórico que sirviera de pretexto para la articulación de un discurso identitario disruptivo. El fenómeno es comprensible desde la perspectiva de la dialéctica entre un sector de la política española partidario de un federalismo y sus antagonistas, los defensores del centralismo, que no deja de ser otro nacionalismo, el español, que orbita la política nacional desde entonces.
Asturias, a pesar de reunir las características históricas y culturales reseñadas, no sigue el sendero de los nacionalismos vasco y catalán y sólo a partir de los años setenta del siglo pasado comienza a atisbarse un movimiento asturianista que sigue los pasos de sus antecesores pero con sus características intrínsecas propias. Podemos explorar las razones por las que este proceso tiene lugar y por qué no surgió ese clima político y social en la región a comienzos del siglo XX.
Para obtener una respuesta debemos hacernos una serie de preguntas y la primera debe ser si podemos hablar de una identidad asturiana con la suficiente entidad como para llegar a plantearse un nacionalismo político.
¿Existen elementos para una identidad asturiana?
Asturias y lo asturiano han estado tradicionalmente vinculados a una serie de elementos definitorios. El primero es el territorio, como un espacio delimitado naturalmente entre el Cantábrico por el norte y la cordillera cantábrica por el sur que prácticamente han sido inamovibles desde hace cientos de años. Menos rigurosas son las fronteras este-oeste que han cambiado a lo largo de los siglos (la frontera sur también lo ha hecho) pero que básicamente se ajustan a la extensión territorial aproximada que fue asignada en época romana a la Asturia transmontana dentro del conventus asturum.
También tiene una lengua propia, el asturiano, heredera del latín vulgar hablado en el territorio con la incorporación de elementos de las lenguas autóctonas. Es una lengua anterior al castellano y en el periodo medieval fue la lengua del reino de León por lo que también se la conoce como astur-leonés. Podríamos añadir como elementos característicos de la región su propia historia, con protagonismo en varios hitos reseñables de la historia de la península ibérica, así como una serie de creencias, costumbres y mitología propias.
Por tanto, podemos decir que hay una identidad asturiana, basada en lo cultural y lo histórico más que en lo étnico o lo genético, pero con una existencia y una forma definida que, al igual que en otras regiones del país, ha dado lugar una base identitaria fuerte dentro y fuera de la región.
Si aceptamos, por tanto, que hay una identidad asturiana podemos profundizar en el concepto y tratar de definir sus características con un mayor grado de precisión.
Una identidad propia pero diluida en la identidad nacional.
Una de las características de la historia de la región es que se ha comprendido a lo largo de la historia desde una perspectiva mayor como integrante de la historia de la nación. En las crónicas de Alfonso III el reino de Asturias y la monarquía asturiana aparecen legitimadas como herederas de una monarquía goda continuadora de la tradición cristiana y sobre todo no musulmana de la nación. Las necesidades políticas del reino así lo aconsejaban como reacción política a los retos que se planteaban tras la expansión al sur del Duero y la pugna por el poder entre las élites sociales y militares del incipiente reino.
En el siglo XIX se da un fenómeno similar, empleando la historia de Asturias como elemento nuclear de una historia de España de la que ya no va a poder dejar de ser parte porque la idea de nación tiene su origen en ella.
Sin embargo, si afrontamos esta visión desde otra perspectiva podemos decir que, por ejemplo, tras los hechos que originan el nacimiento del reino de Asturias, la región pasa de liderar el empuje de la resistencia al Islam a ser un territorio periférico a la sombra del reino de León, primero, y posteriormente de la Corona de Castilla, formando parte de entidades territoriales mayores desde la Edad Media que diluyen esa identidad territorial primigenia. Es inevitable pensar que la pronta inclusión de la historia de Asturias en el relato general de los elementos que darán lugar a la nación española, han ido moldeando la pertenencia indisoluble de la región a la historia del país.
Un papel clave lo compone la figura del título de Príncipe de Asturias otorgado a los herederos de la Corona destinados a gobernar el país. Es una muestra clara de esa identificación con la idea de Estado nación impulsada conscientemente desde el poder central.
Este hecho marca una diferencia notable con espacios como el vasco o el catalán donde la identidad tanto jurídica como territorial se prolongan en el tiempo hasta momentos más tardíos y en cuyo proceso de integración en la nación ya se perciben los elementos de un nacionalismo temprano basado en la existencia de territorio, leyes y lengua separados de Castilla.
El nacionalismo español integró de forma temprana el hecho primigenio de Asturias como cuna de la nación. Este hecho tiene reflejo en las opiniones de diversos autores como Canals, Ortega y Gasset, etc… que escriben sobre este territorio a comienzos del siglo XX en cuyos textos observamos un patrón desconcertante. Por un lado, la conciencia de la entidad diferenciada de Asturias, con todos los elementos necesarios para serlo, como lengua, costumbres, cultura material, que es percibida como algo diferente a Castilla. Por otro, las líneas maestras de lo que sería del devenir histórico de ese regionalismo cultural, integrado en el fin último del beneficio de la nación española.
En este sentido se exacerba el carácter diferencial de lo asturiano pero como un valor que contribuye a imprimir fuerza y carácter a un concepto, en definitiva, unificador, que es lo español. Este discurso se articula tanto desde sectores ajenos al territorio como desde espacios de la sociedad asturiana, sobre todo de marcado carácter conservador, cuya lectura hay que entenderla dentro de los movimientos sociales de comienzos del siglo pasado.
Una lengua propia pero desprestigiada
Aunque el asturiano se mantuvo como una lengua hablada, su uso fue más limitado y no alcanzó el mismo nivel de prestigio o institucionalización que el catalán o el euskera. Aunque el asturiano es una lengua viva, su reconocimiento oficial ha sido limitado, y durante siglos fue percibido como un dialecto rural en lugar de un elemento de orgullo cultural. Esto dificultó que se convirtiera en una herramienta de movilización política, como ocurrió con el euskera o el catalán.
La lengua catalana fue un elemento central del nacionalismo. Su uso amplio en todos los estratos sociales y su institucionalización temprana permitieron que fuera una herramienta de cohesión y reivindicación política. El euskera se convirtió en un elemento central del nacionalismo, junto con una narrativa histórica que enfatizaba los fueros y la autonomía tradicional.
Este hecho es clave en la ausencia de un nacionalismo asturiano y no es hasta Transición, cuando adquieren entidad nuevos movimientos regionalistas periféricos de la región, cuando comienza a adquirir entidad y se fomenta su estudio y protección. Pero, el hecho de que aún en el siglo XXI no goce de un estatus de lengua co-oficial como el catalán, gallego o euskera, pone de manifiesto el escaso avance en este sentido en la sociedad asturiana.
“Ausencia” de un agravio histórico reciente
Uno de los factores clave en la aparición de los movimientos nacionalistas es la inclusión en el discurso ideológico de un agravio histórico. Este argumento, esgrimido en los discursos de cualquier nacionalismo europeo no tiene eco en el territorio asturiano. Es sorprendente ya que la región llegó a ser definida por Jovellanos como una “Siberia” española debido al abandono del que había sido objeto a lo largo de la historia. Pobreza, falta de infraestructuras, hambrunas… son una de las constantes en el relato histórico de la región tanto en las fuentes medievales como modernas.
La Ilustración resulta útil en el sentido de reflejar este atraso cultural y material de la región, situación compartida de alguna manera con otras regiones periféricas pero cuyo factor reivindicativo se ve “adormecido” por los poderes que controlan el territorio. Una Iglesia y una aristocracia reacia a los cambios, pero un territorio, que en su mayoría pertenece a la Corona, que tampoco hace nada por mejorar su situación.
Por tanto, creemos poder decir que a pesar de existir un “agravio histórico” similar al de otras regiones donde sí se desarrollan movimientos nacionalistas, aquí no encuentra eco en las aspiraciones de unas clases dirigentes centradas por otra parte en la posesión de la tierra y en la pervivencia de ninguna reivindicación social.
Este hecho nos lleva a desplazar el foco de análisis al contexto económico y social del momento.
El papel de la industrialización
La industrialización en Asturias durante los siglos XIX y XX transformó profundamente la región en términos económicos, sociales y culturales. La llegada de la minería y la siderurgia moldearon el paisaje y la estructura de la sociedad asturiana, situando a esta región en el centro del desarrollo industrial de España. Sin embargo la abundancia de recursos mineros y la precoz industria del acero no se vieron respaldadas por una inversión asturiana que hubiera promovido los intereses regionales por encima de los nacionales o los extranjeros.
Asturias comenzó su industrialización en la primera mitad del siglo XIX con la explotación de sus ricos yacimientos de carbón. La región se convirtió en un polo fundamental para la minería española, atrayendo inversión extranjera y estatal.
En territorios como el catalán o el vasco, la burguesía industrial regional tienen la capacidad inversora para promover la industrialización de ambos territorios aun contando con inversores extranjeros como en el caso del capital inglés en la siderurgia vasca, pero siempre con unas clases dirigentes locales que controlan la situación.
Son ellas precisamente las que utilizan los elementos identitarios como factor de consolidación de una imagen nacional catalana o vasca que ve en el estado un lastre para el desarrollo de sus intereses. En ese momento el agravio histórico es el lastre que supone la permanencia de esos territorios en España, un país que lastra su desarrollo. Es notable cómo el argumento sigue en boga en tiempos recientes.
En Asturias el caso es diferente, la inversión procedente del exterior es mayoritaria y el escaso desarrollo urbano y peores comunicaciones no favorecen el desarrollo y consolidación de esa industria que había arrancado con fuerza en el siglo XIX. De hecho, en los tiempos de la Gran Guerra, cuando la hulla asturiana se vende como nunca debido al proteccionismo inglés por el conflicto, los beneficios no se reinvierten en una modernización de la minería o la consolidación de la siderurgia sino que o se van al inversor externo o vuelven a emplearse en la compra de tierras.
En regiones como Cataluña o el País Vasco, la industrialización favoreció la aparición de una burguesía local que lideró movimientos nacionalistas. La industrialización catalana estuvo liderada por una burguesía local que promovió intereses propios. Esta clase empresarial, al percibir al Estado central como un obstáculo para su desarrollo, fomentó el catalanismo político. La industria textil y comercial también se asoció con el uso del catalán como lengua de negocio y cultura. En el País Vasco, la industrialización también estuvo vinculada a una élite local que buscó proteger sus intereses económicos y culturales.
En cambio, en Asturias, el control de las industrias principales estuvo mayoritariamente en manos de capitales foráneos o estatales como en el caso de la minería y la siderurgia.. Esto limitó el desarrollo de una élite local con intereses económicos alineados con la autonomía regional, dejando el espacio político a los movimientos de clase.
Este es uno de los factores clave de esa ausencia. La acumulación del capital necesario para el desarrollo de la minería y la siderurgia asturiana de finales del XIX y principios del XX es un proceso lento e ineficaz a nivel regional que favorece la entrada de financiación externa procedente de otras partes del país, en especial el País Vasco, y también de la repatriación de capitales procedentes de la emigración.
La burguesía asturiana estaba sujeta, por tanto, a los intereses de este capital exterior alineándose con las inquietudes e intereses de estos inversores, que no son otros que los nacionales (Erice, 1980, 215). La diferencia con el nacionalismo catalán que unifica capital, burguesía y también movimiento obrero bajo unas aspiraciones políticas, no tiene lugar en Asturias, donde tanto los intereses de la incipiente clase trabajadora como los de la burguesía regional discurren por otros derroteros.
Los movimientos sociales relacionados con la industrialización
En este contexto la lucha por cuestiones sociales y laborales tuvo más peso que las reivindicaciones nacionalistas. El auge de la industria generó una nueva clase trabajadora minera y metalúrgica que sería protagonista de movimientos sociales y políticos clave. La formación de sindicatos, como la Unión General de Trabajadores (UGT) y la CNT, y la fuerte tradición socialista y anarquista en la región influyeron profundamente en la cultura política de Asturias. Sin embargo, esta identidad de clase emergente eclipsó, en muchos sentidos, la construcción de una identidad regional centrada en la nación asturiana.
La industrialización no sólo transformó la economía asturiana, sino también sus estructuras sociales. La explotación de los trabajadores por parte de las grandes empresas y el estado generó un fuerte movimiento obrero que se centró en reivindicaciones de clase más que en reivindicaciones nacionalistas. La Revolución de Octubre de 1934 es un claro ejemplo de cómo las luchas sociales eclipsaron otras formas de movilización política en la región.
La llegada de trabajadores de otras regiones españolas también tuvo un impacto en la identidad asturiana. La convivencia de culturas y dialectos diferentes diluyó las particularidades locales, fomentando una identidad más cosmopolita y menos centrada en el regionalismo.
Pero ¿Por qué esa clase trabajadora no se alinea con un interés político identitario? Uno de los principales factores de desarrollo de las ideas nacionalistas en Cataluña o el País Vasco es el carácter burgués de estos movimientos. No surgen de las clases trabajadoras sino de la burguesía industrial que utiliza el hecho diferencial como argumento político al servicio de sus intereses. En Asturias no existe.
El regionalismo asturiano.
A pesar de lo que hemos visto en los párrafos anteriores existió un regionalismo en Asturias que algunos autores retrotraen al periodo de Jovellanos y otros autores asturianos en defensa de la lengua asturiana (San Martín, 2006), Sin embargo, es en el primer tercio aproximadamente del siglo XX cuando surge un verdadero movimiento regionalista asturiano, desde el mismo momento que surgieron el catalán, vasco o gallego, este último con el que más afinidad ideológica comparte. Llegados a este punto es necesario distinguir ya entre un regionalismo que cuenta con más de cien años en Asturias, y un nacionalismo cristaliza por primera vez en la Transición.
Dentro de esos postulados regionalistas de principios de siglo encontramos algunos elementos que son definitorios, como este párrafo del Comité regionalista de Laviana de 1919 (Fernández Perez, 1980, 126).
“Porque las Regiones españolas, creaciones de la Naturaleza y de la Historia, anteriores al Estado y con vida legítima, independiente de él, progresan y trabajan, se unen a la marcha ascendente de los pueblos europeos y sintiéndose atadas y constreñidas por el absurdo y antinatural centralismo, que tanto contribuye al decaimiento de España, levántanse potentes ante el estado y exígenle que les devuelva aquella amplia libertad que les fue· usurpada y necesitan hoy más que nunca para su mayor desenvolvimiento y su progreso. Y si Cataluña, las Vascongadas, Galicia y las demás regiones que forman nuestra Patria necesitan libertad para administrarse y organizarse del modo mejor que corresponde a su peculiar carácter, ninguna otra como Asturias, que reúne las variedades de una pequeña nación por sus montañas y sus costas, sus bosques y su agricultura, sus riquezas industriales y mineras y el intenso fomento de su ganadería”.
Es en el contexto del desarrollo industrial y minero de la región cuando surge una pequeña burguesía cuyos intereses no están alineados ni con la Iglesia ni con la aristocracia y que, a la luz del ejemplo catalán y vasco defiende un modelo similar para la región. Los ejemplos de organizaciones como la Liga pro-Asturias de Nicanor de las Alas Pumariño o la Junta Regionalista de Asturias son significativos en este sentido. Pero ese regionalismo ya había surgido en el siglo XIX y lo había hecho sorprendentemente utilizando el mismo argumento que los defensores del nacionalismo español, el mito de Covadonga.
Podemos decir que la gran diferencia es que surgían como respuesta a la progresiva centralización del país cuya eficiencia estaba totalmente denostada. En torno a 1880 ven la luz un gran número de publicaciones centradas en recoger y poner en valor aquellos elementos definitorios de la cultura asturiana. La propia industrialización se convirtió en un factor dinamizador de esta tendencia pero por razones contrarias. La masiva llegada de trabajadores de otras provincias así como la influencia de inversores y capitalistas del exterior de la región pusieron de manifiesto la necesidad de crear esa identidad asturiana que tuvo en la cultura su mayor manifestación. Por eso es coherente llamarlo regionalismo cultural.
El perfil de estos regionalistas es católico conservador, y algunas de sus mayores figuras se alinean con movimientos como el carlismo. Por otro lado también hay una parte de intelectuales urbanos relacionados con la Universidad de Oviedo y que están alineados con movimientos federales de otras partes del país.
Ambos vieron en Covadonga el mito fundacional y el ejemplo que podría servir como reconstrucción moral de un país que estaba en crisis identitaria tras desastres como el de Cuba o los que estarían por venir. Pero ninguno se cristalizó en un movimiento político como el catalán o el vasco. Si las aspiraciones regionalistas tenían alguna posibilidad de haber llegado al parlamento era a través del Partido Reformista de Melquiades Álvarez, pero éste las sentenció con su “resucitar en Asturias un regionalismo político es pretender resucitar un cadáver”.
La creación de la Liga pro-Asturias y la Junta Regionalista Asturiana unos años después le quitaron la razón. La primera surge con un objetivo claro, atraer a Asturias mayores inversiones del Estado. La segunda surge como un movimiento aglutinador de la derecha asturiana que se oponía al caciquismo y a la ineficaz burocracia estatal. Son de signo político contrario.
Es interesante ver cómo en 1918, en el 1200 aniversario de la batalla de Covadonga (Boyd, 2006), la tendencia conservadora y la republicana del regionalismo asturiano unifican posturas para obtener una serie de mejoras para la región. Sin embargo las tensiones internas así como la disparidad de intereses económicos además de políticos y de la distinta dependencia respecto al Estado. Al mismo tiempo ambos sectores tenían aspiraciones contrapuestas a quienes efectivamente tenían el poder, es decir, la clase política asturiana y la burguesía industrial que dependían del poder central. Por el contrario, el centenario de la batalla significó la confirmación del mito de Covadonga como lugar central del nacionalismo español conservador desplazando al regionalismo que puso el foco en otros elementos como la reivindicación de aranceles para el carbón, tras la Gran Guerra, frente a la amenaza de un aprovisionamiento externo, que ni supuso un avance en las aspiraciones regionalistas ni hizo que el movimiento fuera recomendable debido a la dependencia del Estado como garante de los precios.
La sentencia definitiva fue la no consolidación de un Estatuto de autonomía para Asturias en la II República, a pesar de haber sido encargado pero que sí se consiguió en los casos catalán esencialmente así como el gallego y vasco, estos ya iniciada la Guerra Civil (Rodríguez Alonso, 2022, 124). Asturias tendría que esperar a 1981 para tener el suyo.
Conclusiones
La falta de un nacionalismo fuerte en Asturias puede deberse a una combinación de factores históricos, sociales y culturales, donde la identidad regional no se tradujo en un proyecto político que cuestionara la pertenencia al estado español. Sin embargo, sigue existiendo un profundo apego a la identidad asturiana, que se expresa de manera distinta, con un enfoque más cultural que político.
En varios de los apartados anteriores hemos visto las razones por las que un movimiento e corte nacionalista no arraiga en Asturias. Aún así existe, aunque con exiguos apoyos, un conjunto de entidades políticas y sociales cuyos postulados recogen los principios de otros nacionalismos periféricos como el vasco, catalán o, a otro nivel, el irlandés.
El tiempo es un factor clave en todo este proceso. Tras perder el momento en el que se consolidan los movimientos independentistas de otras regiones, cualquier atisbo de éxito del regionalismo se ve frustrado por la dictadura franquista. No es casualidad que sea en la Transición cuando un incipiente nacionalismo cultural asturianista se ve representado en lo político y constituye lo más parecido a un nacionalismo al uso en Asturias.
Desde 1974 el regionalismo influye en las reivindicaciones políticas de la región encarnando estas protestas en pancartas y pintadas que utilizan la lengua asturiana como medio característica identitaria Incluso surge un nacionalismo asturiano como el que encarna Conceyu Bable. (Zimmerman, 2018, 156)
Sin embargo, a pesar del éxito posterior de las políticas de izquierdas en las elecciones, en todas las citas con las urnas el regionalismo apenas ha obtenido resultados. Hay varias razones posibles que explican este descalabro político. La primera es que, tras décadas de reivindicación, la lengua asturiana no consigue ejercer el papel aglutinante que tuvo en otras regiones sobre todo por la firme oposición de la derecha centralista pero también por el desdén de la derecha regionalista. También en Asturias se vivió represión lingüística durante el franquismo, incluso por parte de muchos de los que hoy en día se declaran enemigos de las reivindicaciones por la oficialidad del asturiano. La razón de ese desapego la encontramos en la identificación del asturianismo con la izquierda desde la transición.
Más allá del mito covadonguista de “Asturias es España…” lo cierto es que cualquier atisbo de individualidad de la región respecto a la nación es inmediatamente desprestigiado y rechazado no sólo por sectores sociales afines al espectro conservador, sino por las clases medias, en general, cuyas preocupaciones no contemplan mayoritariamente las reivindicaciones lingüísticas a pesar de identificar al asturianu como un patrimonio cultural a proteger. La oficialidad es vista como una victoria nacionalista, lo que introduce otro factor, el desprestigio del nacionalismo (asociado al fenómeno catalán) entre la población española. La propia deriva asturianista parece haber conseguido algo inusual, poner de acuerdo a amplios sectores de la población en contra de la oficialidad de la lengua asturiana, algo que pone de manifiesto la disfuncionalidad de sus planteamientos.
De alguna manera podemos decir que si no existe un nacionalismo político asturiano que goce de representatividad es porque no existe en la sociedad el concepto de Asturias como nación pero sí como identidad regional. La percepción de Asturias, en su aspecto más diferenciador, no pasa más allá de la conceptualización de una identidad asturiana que se encuentra situada en el seno de una realidad plurinacional española. El triunfo de la idea de lo español frente a lo regional es abrumador, a pesar de la fuerte personalidad cultural asturiana que forma parte del relato identitario cotidiano de nuestra sociedad. Sin embargo, el discurso nacionalista español ha calado hasta lo más hondo y aún hoy en día es frecuente la dialéctica sobre hechos clave de la conformación identitaria como el “covadonguismo”. Cuando estos hechos fundacionales del nacionalismo español más exacerbado son atacados desde la prensa o medios, se produce una reacción contraria exacerbada que confirma que el mito sigue vigente como lugar central del nacionalismo español de la derecha.
Por el contrario, manifestaciones regionalistas de corte cultural como la defensa de la lengua asturiana son objeto de rechazo social por gran parte de la población a todos los niveles sociales, vistas como algo propio de la izquierda reaccionaria o populista (a pesar de la tradicional mayoría de la izquierda en la región en las elecciones generales) aunque es cierto que en las últimas décadas se ha ido desarrollando un cambio en la percepción sobre ella, motivado en gran medida por las políticas de promoción y protección lingüística del Principado. Lo cierto es que ya es habitual entender que lengua e independencia no van unidas de la mano aunque el discurso político conservador siga empleando este argumento, pero también es fácil percibir el posible fallo metodológico de este movimiento a la hora de utilizar la lengua asturiana como elemento principal de las reivindicaciones regionalistas a tenor del rechazo que ha provocado.
La clave del fracaso del regionalismo asturiano pasa por poner de manifiesto que el nacionalismo político en Asturias no ha recorrido el nacionalismo cultural, en el sentido de comprender a fondo la naturaleza de la región y sobre todo de ser incapaz de movilizar a una población con sus postulados. Hasta que Asturias no se vea a sí misma reflejada en esa riqueza cultural, más allá de esos mitos como el “covadonguismo”, no es probable que el asturianismo tenga posibilidades de cuajar en la sociedad poniendo en evidencia su escaso avance después de casi 150 años.
Mientras tanto, la política oficial sigue regida por los partidos mayoritarios a nivel nacional, con sucesivos gobiernos de PSOE y PP a lo largo de la democracia, salvo algunos momentos excepcionales.
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